Soy lo que leo
Biografía lectora
Sandra Oviedo
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Fotografía de Alfredo Ureta |
En una cálida tarde de septiembre me dedico a
repensar ¿cuál ha sido mi recorrido lector?, mi biografía lectora? mi camino
lector? Y, en la seguridad de ya haberlo hecho antes, no me resulta tan
atractivo volver a escribir, por ejemplo, que cuando era chica, vivía en el
campo y tenía muy poco acceso a libros de literatura y que de a poco fui
descubriendo algunos títulos en el estante de una amiga que tenía una hermosa
biblioteca.
Sin embargo, desde siempre me había atraído la
curiosidad por lo escrito y andaba, por ahí, robándole tiempo a los juegos para
entretenerme con la lectura de un libro viejo, de páginas amarillas que
contaban la historia de una muchachita huérfana, maltratada por su madrastra y
sus medio hermanas y de cómo la magia y el encanto habían cambiado su vida y
había sido feliz por siempre, comiendo una perdiz (!).
Mis lecturas adolescentes rondaron entre los
clásicos de aventuras juveniles, las obras de Julio Verne, las penas y alegrías
de Chico Carlo, una antología de cuentos seleccionada por la profesora de
literatura, entre los que descubrí a Asimov, Mujica Láinez, entre otros. Un
poco después, finalizando la secundaria, fui quedándome con las historias de
amor en épocas remotas. Amoríos en las campiñas inglesas, abadías medievales
que servían, a la vez, como palacios y cárceles para las jóvenes enamoradas,
seguramente de un muchacho poco conveniente a su condición. Amores imposibles,
amores prohibidos, historias tristes rodeadas de lujos y ambiciones.
En la fría recolección de datos sobre lo leído,
surgen en la memoria, títulos, temas y autores, unos más significativos que
otros. Los más diversos, los que nunca volvería a leer, los títulos que no
terminé, los que devoré en una noche de sábado, mientras mis amigas iban a
bailar. Historias que me hicieron soñar con un Vestido de terciopelo azul o
sufrir por Lo que el viento se llevó. Por un trabajo de investigación en un
seminario, casi casualmente, descubrí la poesía de Borges, y su respeto hacia
las formas literarias y el magistral uso de recursos, que lo hacen tan
admirable pero también tan elitista. Por aquellos tiempos, también he leído
algunos clásicos de la poesía latinoamericana como Neruda y Storni y por
supuesto, el Martín Fierro. Desde hace unos veinte años, mis lecturas han sido
seleccionadas más rigorosamente entre la oferta de los anaqueles de la
biblioteca: La mágica realidad de García Márquez y Cortázar. La fantasía y
encanto de la literatura infantojuvenil, en las letras de María Elena Walsh,
Liliana Bodoc o María Teresa Andruetto. Los libros álbumes de Pablo Bernasconi,
Isol, María Wernicke, Anthony Brown; las magníficas ilustraciones Benjamin
Lacombe y Rebeca Dautremer, que convierten un libro, una simple historia, en
verdaderas joyas de arte.
Me atrapan los cuentos cortos de Ana María
Shúa, Marco Denevi con sus historias ácidas y exquisitamente eróticas. También
los cuentos ultra realistas de Horacio Quiroga o Abelardo Castillo, la ternura
de Ángeles Mastretta en Mujeres de ojos grandes. Asimismo, también he caído en
el dictado la moda y el marketing de las editoriales, leyendo la misma historia
básica, con diferentes nombres y lugares, con lamentable calidad literaria; o
eternas trilogías, donde el argumento se deshace en detalles rebuscados y
adornamientos poco felices. (¡Hay que vender la tercer parte!)
Me enorgullezco (como dice Borges) de haber
leído estos y otros autores, pero también asumo alguna lectura chatarra como
Quién se ha llevado mi queso y El caballero de la armadura oxidada. También
puedo que decir que he disfrutado de las novelas de Isabel Allende, las Indias
Blancas de Florencia Bonelli: los policiales de Claudia Piñeiro. Hoy elijo leer
las obras de Galeano, Benedetti, Blajackis, Esteban Valentino, Andruetto.
Si somos lo que leemos, somos así, con un poco
de aquí y un poco de allá. Nunca un camino lector será lineal, ni recto, sino
que estará plagado de carteles luminosos, diagonales, calles paralelas y a
contramano, cruces peligrosos, sendas rápidas y otras, a paso lento, pero
siempre avanzando y sorteando baches.
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