Aquella perfecta felicidad

Ildiko Nassr

Tengo tres años. Estamos en una ciudad desconocida, podría ser Madrid o Miscolc o cualquier ciudad europea. Estamos mi mamá, mi abuela y yo. Me gustan mis zapatitos y mi vestido muy corto. Estoy feliz porque me dejan correr por esas callecitas de piedra: todo es tan diferente a casa. Allá no me permiten correr y paso muchas horas en consultorios médicos.
Extraño la casa de Río Blanco. Extraño a los perros y a los caballos. Extraño a mis hermanos y a papá.
Soy tan feliz corriendo que solo puedo sentir el viento en la cara y las sonrisas de esas dos mujeres que, entonces, son mi mundo.
Quisiera retener este momento para siempre. Pero tropiezo y caigo y la sangre cae desde mis rodillas y ensucia mis medias y mis zapatos. Entiendo la culpa católica que te hace pagar esos momentos de felicidad con padecimiento. Tengo tres años y me doy cuenta de que la vida no es fácil. Pero el abrazo de esas mujeres poderosas me cobija y borra todos los pesares.
Disfruto de ese momento muchos años después y le sonrío a esa niña sonriente que no sabía el nombre de esa ciudad y tiene una cicatriz que le recuerda aquella perfecta felicidad.

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