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Nélida Cañas Él estaba sentado de espaldas a la ventana. Ella venía de atravesar un campo lleno de ratas. Le dijo que no encontraban la forma de exterminarlas. Que había soñado o imaginado, quién sabe, que una mujer las mataba con un hacha. Él le pidió que le dejara su cuaderno de notas. Ella le quitó unas hojitas sueltas y unas flores secas y se lo dejó. No había escrito ni una palabra del tormento que había vivido para atravesar ese campo.
RESEÑA
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DE NUNCA ACABAR Nélida Cañas (Macedonia - Buenos Aires) Ya en Microrrelatos (1999) –un libro sin duda axial para el estudio del género en el ámbito hispanoamericano– David Lagmanovich explicitaba la necesidad de definir un corpus de mayor amplitud, que incluyera no sólo a los escritores considerados canónicos hasta ese momento: Juan J. Arreola, Jorge L. Borges, Julio Cortázar, Marco Denevi y Augusto Monterroso. Pues bien: ha sido en este intento de leer también en los márgenes de la narración donde la escritura de Ángel Bonomini –especialmente la que encontramos en El libro de los casos (1975)– ha mostrado que la prosa y la poesía demandan casi un mismo grado de concentración tanto en el cuidado de la forma, como en la búsqueda incesante de la belleza. De ahí –por supuesto– la condición anfibia que Eduardo Berti se ha permitido atribuir recientemente a este libro de Ángel Bonomini, dadas las modulaciones a todas luces intensivas de su prosa. Ahora bien: traemos a colación todo lo
Fantasy Island
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Texto de Laura Rojo Acerca sus narinas al recipiente con mezcla de hebras para infusión, al abrirlo se desprende del fondo un dulzor propio a la vainilla, y recuerda que la vainilla es una de las orquídeas más delicadas que conoció en los jardines de Quito. Vuelve los ojos a la etiqueta con curiosidad y lee: “Fantasy Island” Té negro Ceylon con cáscaras de naranja, extractos naturales de vainilla, y flores de malva y caléndula. Se sonríe (su olfato no la engaña) había olvidado que el blend tenía vainas de vainilla entre sus ingredientes, y son sus sentidos los que le revelan, lo que su memoria no. Toma una cuchara para calcular la medida precisa de la mezcla en el infusor y vuelve su rostro próximo para deleitarse nuevamente con el aroma; el agua está en su punto justo para resaltar aromas y sabores que confluyen. Deja reposar, tapando la preparación de cuatro a cinco minutos. Coloca dos individuales de tela sobre la mesa de algarrobo del living-comedor de la casa, un ramito de ar
El fin del mundo
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Matías Baldoni Las rejas de mi ventana se roban la luz. Se la roban de a pedacitos. Un trozo por acá y otro por allá, la reparten en el suelo de la habitación y juegan al rompecabezas. O a las sombras chinas. No sé muy bien. Los dedos de penumbra cosen esos rectángulos y triángulos dorados sobre las baldosas, los unen y separan y yo me quedo mirando. Quién diría que sería así. El fin del mundo, me refiero. Quién diría que al fin del mundo lo traerían unos fierros de metal en la ventana. Que se apoderarían del día y lo almacenarían en galpones. Me recuesto y espero. Espero al fin del mundo. Hace ya mucho tiempo que estoy solo. Me dejaron en la casa sin mucha culpa. Casi de pena, creo. "Mejor acá que allá", me dijeron. Tenían valijas, bolsas, mochilas. Corrieron al auto como cuando íbamos al parque, pero esta vez con miedo. Con miedo al fin del mundo. Ya no sé cuándo fue eso. Sólo sé que me queda poquito día para mirar. Y que pronto saldrá la luna. Pero no
La historia de mi máquina de escribir
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La historia de mi máquina de escribir es un libro escrito por Paul Auster, con ilustraciones de Sam Messer, publicado en español en 2002. Cuenta la historia de ese objeto entrañable para un escritor: una máquina de escribir Olympia y la resistencia hacia las nuevas tecnologías. Son los años 70 y el escritor narra la importancia de esa máquina que lo acompaña en su tarea cotidiana y su vínculo con ella. Es un libro pequeño y hermoso, muy íntimo y sincero, casi como si fuera un diario íntimo. Eduardo Aliverti habla sobre el libro LA HISTORIA DE MI MÁQUINA DE ESCRIBIR, de Paul Auster y lee algunos fragmentos. http://www.radionacional.com.ar/la-historia-de-mi-maquina-de-escribir-de-paul-auster/
Los objetos
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Con la enfermedad aparecieron en escena objetos desconocidos. El médico que atendía a mi mamá sugirió hacer una internación domiciliaria. La parte de arriba de la casa de mis padres, un gran escritorio lleno de libros, se convirtió en poquísimo tiempo en una habitación de hospital. En donde había un sillón hubo una cama ortopédica, la mesita de la computadora se llenó de remedios. Aparecieron un nebulizador y un enorme aparato que suministraba oxígeno. Después de la primera sesión de quimioterapia, por razones que nunca se pudieron aclarar, mi mamá no pudo caminar más. Perdió la fuerza en las piernas. Y llegó entonces la silla de ruedas. La que se animó a alquilarla fue su amiga Anina. Hasta ese momento llevábamos a mi mamá al baño en una silla de oficina, imaginábamos –pero sobre todo queríamos- que eso que le pasaba fuera un mal temporal. Pero no. Anina vino una mañana y le trajo una chata y una silla de ruedas alquilada. Eran elementos que facilitaban algunos actos cotidia