El fin del mundo

Matías Baldoni 





Las rejas de mi ventana se roban la luz. Se la roban de a pedacitos. Un trozo por acá y otro por allá, la reparten en el suelo de la habitación y juegan al rompecabezas. O a las sombras chinas. No sé muy bien. Los dedos de penumbra cosen esos rectángulos y triángulos dorados sobre las baldosas, los unen y separan y yo me quedo mirando.

Quién diría que sería así.

El fin del mundo, me refiero.

Quién diría que al fin del mundo lo traerían unos fierros de metal en la ventana. Que se apoderarían del día y lo almacenarían en galpones. Me recuesto y espero. Espero al fin del mundo.

Hace ya mucho tiempo que estoy solo. Me dejaron en la casa sin mucha culpa. Casi de pena, creo. "Mejor acá que allá", me dijeron. Tenían valijas, bolsas, mochilas. Corrieron al auto como cuando íbamos al parque, pero esta vez con miedo. Con miedo al fin del mundo.

Ya no sé cuándo fue eso.

Sólo sé que me queda poquito día para mirar. Y que pronto saldrá la luna. Pero no tengo ganas de ladrarle. Porque es el fin del mundo.


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