Lo inesperado


 Algo, que ciertamente no se nombra/
 con la palabra azar, rige estas cosas
Jorge Luis Borges
Me gusta pensar en los sucesos, aparentemente insignificantes, que toman por asalto nuestras vidas. En los pequeños actos que hacen la diferencia y tal vez nos acercan a lo sagrado. Se trata de estar dispuestos a recibir lo inesperado, como decir en voz alta: ¡Es para mí! , en el momento en que se sortea una flor, y recibirla. O escuchar un relato acerca de un hombrecito al que le decían escarabajo y encontrar ahí, salido de la nada, un pequeño escarabajo azul. O viajar invitada para hablar de literatura a una ciudad desconocida. Hacer unas pocas cuadras del lugar donde te alojas y dar con la librería que guarda entre sus estantes el ejemplar agotado del libro que buscabas. Tener entonces la íntima certeza de que el único motivo del viaje fue dar con ese libro. Imaginar la seda, el dibujo de hojas y flores y el exacto color del entramado que alguien, bajo otro cielo, imaginó tal cual y lo guardó quizás para ofrecerlo en ese instante de íntima comunión. Leer febrilmente un libro sobre Kafka. Escribir acerca de él, también febrilmente, durante horas. Y al día siguiente encontrar una pequeña regla escrita en checo con la imagen de Kafka. Leer un texto que menciona a Macondo y dar con la fotografía que indica cómo llegar a Macondo. Un ser amado ha muerto y al día siguiente, en el jardín devastado por el frío, encontrar una única flor, un lirio blanco, florecido para dar testimonio de eso inefable que es la muerte. En la hora oscura de la desolación, el vuelo de dos mariposas blancas que giran y se posan en las manos y el pelo junto al nombre de tus hijas, que ha venido a tus labios como un mantra. Reencontrarte, después de 30 años, con un exalumno y que aquel poema suyo, escrito con el temblor de lo ofrecido, se repita en mi boca. Y además que desee que sean mis palabras las que arropen su primer libro. Pensar en alguien que no ves por años y que ese alguien te envíe un libro o te lo tropieces en la calle…
Carl Jung le llamó sincronicidad a la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de una manera no casual. “Todos hemos experimentado en alguna ocasión una coincidencia que parecía tan improbable que nos resulta mágica o epifánica”.
Algo invisible urde tramas secretas y en un punto se unen. Hace años escribí un breve poema, Viraje:
con los mismos zapatos
bajo las mismas calles
hacia el mismo sitio
el azar de una hoja que cae
vira mi itinerario
¿Se trata del azar? ¿Del azar obrando por necesidad, como dice Paul Auster? ¿De una coincidencia? ¿O acaso de ese hilo invisible que apenas si podemos vislumbrar? Algo hace virar el itinerario. Orientar el sentido de nuestros pasos. El poema queda abierto. No indica hacia dónde y al encuentro de qué o quién se dirigirán ahora nuestros pasos. Todo se torna enigmático cuando dos sucesos se tocan de un modo que no se puede explicar. Jung habló de sincronicidad. Borges de que no se puede nombrar con la palabra azar. Otros apelarán a Dios o al destino. A lo que está escrito en algún sitio que no vemos. Así, la existencia misma, hecha de fragilidad e incerteza, cuelga de un hilo ligero que no vemos.
No hay que estar preparados, solo atentos. Receptivos al mundo que nos rodea. Dispuestos a dejarnos asaltar por lo inesperado. Como quería Conrado Nalé Roxlo en su poema Lo imprevisto: Señor, nunca me des lo que te pida. / Me encanta lo imprevisto, lo que baja/ de tus rubias estrellas, que la vida/ me presente de golpe la baraja/ contra la que he de jugar.
Que la vida toda sea una aventura. Que el asombro nos colme la mirada. Que alguien a nuestro lado nos ayude a descubrir el acecho de lo maravilloso. La flor en la hendidura.
                                                                                           Nélida Cañas
                                                                                          Córdoba, 5 de diciembre de 2019

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