Algunos microrrelatos de Esteban Dublin




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Variedades
Mis cajones están llenos de minucias inútiles de las cuales cada vez me es más difícil desprenderme: tal vez porque cada vez que hago un repaso para saber qué debo echar a la basura encuentro una nueva historia.



Mujeres
Eso de que todos los hombres son iguales es un facilismo de las  mujeres que no se han dado la oportunidad de conocerlos mejor. Yo me atrevo a dividirlos en dos grupos: los cretinos y los casados. Los primeros son incapaces de sostener una conversación de más de veinte minutos con una mujer madura; los segundos, libidinosos andantes en busca de fulanas que los gradúen de infieles. A los cretinos, me gusta dejarlos sedados en una habitación. A los casados, despedazados en medio del congelador.



Sirena
A Javier Perucho
Soy marino. Bueno, marino retirado para ser más exactos. La última vez que zarpé, naufragué. No digo que me hayan olvidado, porque más de una vez han llegado a rescatarme, pero yo mismo he preferido quedarme en esta isla. La razón no puede ser otra: me enamoré de una sirena. La primera vez que la vi, temí que me embrujara con su canto, pero al conocerla, comprendí que la advertencia de Circe no era más que un mito. Ambos renunciamos a nuestros mundos: yo, a la mujer que me esperaba en casa y ella, a los cientos de tritones que la pretendían. Cualquiera puede comprender que un mortal como yo se pierda por la belleza de una sirena, pero lo que nunca me cupo en la cabeza fue que ella me correspondiera. Un día, incrédulo ante el amor que me profesaba, le pregunté qué era lo que más le gustaba de mí. “Tus piernas, guapo”, respondió sin dudar.


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